El maniquí - capítulo 1

Cuando uno despierta y abre los ojos es imposible no poner la mente a interpretar el mundo material que nos rodea, también es poco probable que nos detengamos, aunque lo racionalicemos, porque el simple hecho de hacerlo es, bueno, poner en práctica aquello que tratamos de evitar. La única manera que yo creo que pondría fin a todo proceso de semiosis es la muerte, pero no es lo único a lo que le pondría fin, también se llevaría a la risa, el amor, el deseo, la tristeza, el rencor y la felicidad que van y vienen en diferentes escalas, como un tren en movimiento que frena en diferentes estaciones que tienen por nombre sentimientos. ¿Qué son todas estas divagaciones sin sentido? Son la prueba de que estoy vivo y con ganas de morir ahora mismo, en sentido figurado, por supuesto.

            —¿Qué le sucedió a mi cuerpo?

            Mi cuerpo no era el mismo, pero si mis pensamientos los cuales, como anuncié al principio están atados al mundo material en el que nos desenvolvemos y, el cuerpo, no es otra cosa que materia orgánica, pero es, sobre todo, un signo que se moldea a través de la cultura, el cual los españoles, avergonzados de los aborígenes, no dudaron en tapar cuando llegaron a América y el que los musulmanes decidieron cubrir con una hiyab si eres mujer.

            —Me convertí en mujer o en un travestido… —comencé a tantear mi entrepierna—. No puede ser, me cortaron la verga.

            Lo que se suponía que la naturaleza me dio y debería estar ahí a no ser que decidiera sacármelo por voluntad propia o amputada por una ETS no tratada, no estaba en su lugar, en cambio, se encontraba una grieta en la cual mi dedo se hundía y acompañaba una extraña sensación de placer que nunca antes había experimentado en mi vida. Sin importarme el lugar en donde estaba, me dejé llevar ese placer incomprendido, hasta que se abrió una puerta.

            —Veo que estás despierta, hija mía.

            Asustado y en pleno éxtasis no pude hacer nada más que retorcer mis piernas en aquella cama que no era mía y ensuciar aquellas cobijas con sudor y líquido femenino. La persona con cabello canoso y bigote de morsa al buen estilo nietzscheano comenzó a acercarse a mí con rostro preocupado.

            —¿Estás bien? Tienes la cara completamente roja y no paras de jadear, también estás sudando mucho.

            —Estoy bien —fue lo único que atiné a responder a duras penas.

            El hombre se acercó aún más y estiró su mano hacia mi dirección, por acto reflejo cerré los ojos y sentí como sus dedos se posaron en mi frente transpirada, luego colocó su contra palma y, finalmente, descendió su mano hacia mi cuello humedecido también por el sudor.

            —Estás muy caliente, parece que tienes fiebre, ahora regreso, voy a por medicina, debes estar sufriendo mucho Rosa hija mía —Nietzsche se alejó de mí y salió por la puerta a toda velocidad.

            Una vez que la puerta se cerró detrás de él, me reincorporé tambaleando luego de semejante experiencia placentera. La habitación tenía un aire rústico solo visto en películas de época; había una mesa de luz con cajones; un espejo de al menos mi estatura; un biombo plegable de madera con patrones simples pero elegantes de diversos colores; una estantería repleta de libros; un armario inmenso que casi tocaba el techo de, a ojo, cinco metros de altura y todo en la habitación, incluyendo el suelo, era de madera oscura que, si no fuera por el foco colgando en el techo, pensaría que estoy en la antigüedad; al menos en una casa vieja seguro estoy. El piso estaba bastante frío, pero por suerte, al lado de la cama, había unas pantuflas de cuero con algo suave de relleno en su interior. A paso lento de total inseguridad comencé a aproximarme a aquél espejo para poder apreciarme con más detalle que solo el tacto.

            —¿Esa de ahí soy yo?

            El espejo mostraba una mujer adolescente de cabello canoso con un camisón negro que contrastaba con el blanco de mis cabellos y cejas. Acercándome aún más para poder ver mi rostro, no pude más que asombrarme de lo bella que me encontraba yo mismo, la mujer inalcanzable para un hombre como yo, básicamente, la mujer que tendría más de un millón de seguidores en redes sociales solo por hacer acto de presencia en las fotos. Mis ojos eran muy extraños, eran de diferentes colores, uno era de color amarillo y el otro azul y parecían canicas en los patrones del iris. Fascinado por todo lo que estaba viendo, decidí alejarme varios pasos del espejo y levanté el camisón hasta mi ombligo para ver mis genitales, me sentía como un pervertido en estos momentos. Luego de la masturbación tenía y, me da mucha vergüenza decirlo, la “vagina” un poco mojada, pero no tanto como para que chorrease por mis muslos. Avergonzado decidí pasar a ver mis pechos.

            —Menos mal que no son tan grandes.

            Mis pechos no eran muy grandes, por suerte para mi espalda. El tamaño lo mediría como unas toronjas un poco más grandes que el resto, comencé a reírme luego de la comparación absurda, pero uno siempre compara desde lo conocido no desde lo desconocido; aunque suene absurdo la aclaración. Afuera de la habitación podía escuchar unos pasos que se acercaban hacía la puerta, aterrado y sin saber qué hacer, me quedé petrificado en el lugar.

            —Perdón por la tardanza, estaba preparando el té y el agua tardó en calentarse.

            Aquél filósofo alemán entró en la habitación con una bandeja de plata que contenía una tetera, una tasa y un platito con unas cuantas galletas. Una vez dentro, cerró la puerta tras de sí y colocó la bandeja en la mesita de luz, luego se volteó a mirarme. Yo estaba completamente petrificado y sin saber qué hacer, qué decir ni qué pensar.

            —¿Qué haces fuera de la cama? Esta noche es muy fría, vuelve a meterte si no quieres resfriarte, además mañana tienes que levantarte temprano para ayudarme en la tienda.

            Sin nada para objetar y con miedo a las represalias, volví a acostarme en la cama y me cubrí por completo, como si las cobijas fueran un bunker a prueba de todo, una cortina contra la realidad.

            —Pareces una niña, yo no preparo el té tan mal —comenzó a reír—, vamos, que se va a enfriar y sabrá horrible.

            Me descubrí muy despacio y pude observar la espalda del germano mientras agarraba la bandeja plateada con mucho cuidado. Luego se persignó o algo así, y se acercó a mí —Siéntate con las piernas rectas un momento—. Así hice y me colocó, con delicadeza, la bandeja sobre los muslos. La fragancia del té era realmente exquisita y las galletas se veían muy ricas.

            —Bueno, yo me voy, tengo que terminar un vestido para mañana, solo me falta unos retoques en la falda —comenzó a alejarse—. Ah, cuando termines puedes dejar la bandeja en la mesita —estiró la mano en dirección del foco de luz y éste comenzó a brillar—, buenas noches, hija.

            Cuando la puerta se cerró mis neuronas comenzaron a trabajar por fin, comencé a pensar qué fue lo último que estaba haciendo y, por más que trataba de recordar, nada venía a mi mente, ¿había sido drogado?, ¿me habían hecho un transplante de cerebro?, ¿estaba soñando?

            —Tengo sed y hambre, talvez un poco de té y galletas no me hagan daño, si hubiera querido hacerme algo, lo habría hecho mientras estaba durmiendo, si es que ya no me hizo algo —comencé a tomar el té—, esto está delicioso… —luego le di un bocado a una galleta—, ¡están riquísimas!

            El té tenía un sabor a hierbas que no podría comparar con otro sabor conocido y las galletas parecían recién horneadas con un ligero sabor a vainilla. Además, la calidad de la taza era increíble, los relieves eran tan detallados y emulaban animales que nunca antes había visto. Finalmente, cuando terminé de comer y beber, aparté la bandeja y me reincorporé una vez más.

            —El suelo está más cálido que antes, qué curioso. Tengo que encontrar la manera de salir de aquí, pero dijo que la noche está muy fría, por lo que tengo que encontrar ropa más abrigada y algo para defenderme en la oscuridad, ahora que soy mujer pueden intentar violarme.

            Luego de terminar el soliloquio, me percaté de algo, tengo una voz tan linda y tierna, ahora mismo me siento bastante idiota por estar pensando estupideces, no sé qué pasa, ni donde estoy, ni siquiera sé si soy la misma persona que creí conocer desde que tengo conciencia. Me acerqué al armario y éste se abrió solo, haciéndome tropezar y caer del susto.

            —Un armario que se abre solo, es como si tuviera el mismo mecanismo de las puertas automáticas de los supermercados…

            Me reincorporé y comencé a escudriñar el interior del armario, lo que me encontré me dejó sin palabras. Todas las prendas en su interior eran diminutas y estaban colgadas por perchas aún más pequeñas; es como si se tratasen de ropa para muñecas, pero en un armario grande.

            —¿Qué clase de broma es esta? —dije mientras tomaba un vestidito azul.

            Pero para mi sorpresa, una vez que el vestido estaba en mis manos, comenzó a crecer mágicamente hasta ser del tamaño justo para que pudiera vestirlo. Totalmente incrédulo de lo que acababa de presenciar, tomé varias prendas y comencé a arrojarlas a la cama.

            —E-están creciendo todas…

            Todas los vestido, faldas, camisas y pantalones, que arrojé a la cama, comenzaron a aumentar de tamaño. Mis manos comenzaron a temblar y me costaba tragar saliva, esto era algo nunca antes visto, estaba en presencia de una tecnología que era capaz de comprimir la ropa para ahorrar espacio; sin mencionar que habían logrado traspasar mi conciencia a un cuerpo femenino.

            —Tengo que salir de aquí y contar esta experiencia, me llenaré de dinero y encima con un cuerpo más bonito que el mío, lo único que extrañaré será orinar parado. Sólo me faltan un par de zapatos y, si se puede, un par de calzones nuevos… qué vergüenza el solo recordar por qué necesito unos nuevos.

            Abrí un cajón de abajo del armario y encontré una fila de muchísimos pares de zapatos y todos en miniatura. Elegí los que parecían más apropiados para una caminata de entre todos los zapatos que habían y los arrojé a la cama. Finalmente, abrí el cajón de la derecha y encontré muchas prendas íntimas femeninas de diversos estilos, de su interior tomé unos pantis negros, un sostén y un par de calcetines todo del mismo tono.

            —Nunca había visto a una mujer desnuda en persona y ahora estoy por desnudarla y vestirla yo mismo…

            Una vez seleccionada la ropa comencé a desvestirme, lentamente, me saqué el vestido hasta quedar solo con mis pantis, ya que no llevaba sostén, y me quedé varios segundos viendo mis pechos, pero como tenía frío apuré el trámite. Una vez que estuve completamente desnuda comencé a vestirme y, aunque me avergüence admitirlo, lo que sufrí para colocarme el sostén no tiene sentido; luego me puse los calcetines de lana hasta las rodillas. Terminado con la ropa interior pasé a la dura tarea de escoger qué usar, ya que no tenía conocimiento de la temperatura del exterior, tan solo conocía algo por lo que comentó el filósofo del clima de esta noche.

            —Espero que mínimo esté nevando afuera, la ropa que elegí usar probablemente me maté por deshidratación.

            La ropa que escogí y con la que me vestí se componía de lo siguiente: un pantalón buzo negro extraño que, a partir de la rodilla, se volvía más ajustado hasta el inicio del tobillo; una camisa blanca bastante larga y, sobre ella, un chaleco negro; el calzado era como un mocasín negro sencillo y, finalmente, un sobretodo marrón oscuro que llegaba hasta mis rodillas, por las dudas guardé un par de guantes de cuero marrón y varios pantis y sostenes en los bolsillos del sobretodo.

            —Parezco una especie de cosplayer de la era victoriana, pero como soy tan linda cualquier ropa me queda bien —comencé a posar tontamente frente al espejo.

            Luego partí una de las perchas de madera y llevé el trozo más puntiagudo como si fuese un puñal, solo para defenderme de cualquier tipo de inconveniente que surgiese por el camino, podría haber quebrado el espejo, pero tenía miedo de que hiciese mucho ruido y alertara a mi captor. Antes de irme decidí revisar toda la habitación. En los cajones de la mesita de luz contigua a la cama encontré varias piedras de diferentes colores, que decidí ignorar, un reloj amarillo de bolsillo, que probablemente sea una imitación de oro, con el grabado H. J. y un par de fósforos que tomé sin dudar, además había un libro que estaba escrito en letras que jamás había visto que eran vagamente similares al alfabeto griego, pero que por extraño que parezca yo podía leer sin problemas.

            —El maniquí de H. Frank, qué extraño, un simple cuento, quién sabe, talvez en mi camino a casa me encuentre aburrido y lo necesite, como no tengo conmigo mi teléfono ni otra cosa para el ocio —sin darle mucha importancia lo tomé y lo guardé en el bolsillo secreto del interior del sobretodo.

            Cuando estuve preparado y juzgué que no existiera nada más necesario llevar de la habitación, me dispuse a salir de la habitación. A cada paso que hacía la puerta sentía que mis piernas flaqueaban y comenzaban a sudarme y temblarme las manos. Con mucho cuidado, pegué mi cabeza en la puerta y traté de oír lo que sucedía afuera, siempre era mejor ser precavido que actuar impulsivamente, más si se trataba de un secuestro; esta podría ser mi última oportunidad para escapar, no habría una segunda vez.

Parte 1 – La tienda (en progreso).